"Buscamos reponedores autónomos": Retrato de la España actual (y de la que viene)


El deterioro en las condiciones salariales y de prestación de servicios que vive el mercado laboral va a la par del aumento del coste de los bienes esenciales para subsistir

Hay anécdotas que se agotan en sí mismas y otras que reflejan un mundo. La que tuve ocasión de vivir hace pocos días es desgraciadamente de las segundas. En el andén del tren de cercanías en Madrid, una joven vestida con un polo de una conocida marca de distribución de alimentos, hablaba por teléfono en un tono lo suficientemente alto como para que la conversación no fuese privada. Era de noche, regresaba a casa después de la jornada laboral y se notaba su cansancio. La frase que pude escuchar fue esta: “Sí, están buscando reponedores, pero reponedores autónomos. Ya les he dicho que no, que así no me da".

Es una de las constantes del ámbito laboral. Numerosos analistas han avisado de que esta vía de dos direcciones en el mundo del empleo está abierta y que continuará ensanchándose. Y no tiene que ver sólo con que los trabajos que precisen menor formación vean cómo sus salarios no crecen, o que los empleos de mayor valor añadido sean los que realmente estén bien pagados, sino con un sistema de gestión que trata de abaratar los costes de las empresas. Ocurre en toda la cadena: proveedores, empleados, clientes, todos caemos de un modo u otro bajo esta lógica perversa destinada a ofrecer mejores resultados trimestrales y de abonar dividendos o recomprar acciones a los inversores a cambio de que el resto de participantes sufra.

Falsos autónomos

El terreno laboral es uno en los que más se aprecia, porque se está reduciendo el peso del factor trabajo a marchas aceleradas. Lo de los reponedores autónomos de hipermercado parece algo satírico, pero hay otras muchas otras situaciones, que habitualmente se producen en el sector de los falsos autónomos o en de los trabajadores precarios, que son tan crueles como la citada.

Esta tendencia, pues, empeora dos de los principales problemas del mundo laboral. De un lado, el paro, que en países como el nuestro continúa siendo un drama demasiado extendido. De otro, las dificultades de las personas con empleo para conseguir salarios que lleguen a los de subsistencia. Los llamados trabajadores pobres son una categoría nada infrecuente en los países occidentales, a veces camuflada en nuevas palabras como minijobs, o englobada en conceptos como precariedad.

En EEUU, el 78% de los empleados a tiempo completo confesaron que su salario les da para llegar justo a fin de mes, según un informe reciente de CareerBuilder, realizado entre 2.000 gerentes de recursos humanos y más de 3.000 trabajadores. El estudio destacaba que el 71% de ellos están endeudados, y de estos el 56% asegura que no pueden manejar lo que deben. Además, si bien sus ingresos han crecido en la última década, ha sido a un ritmo muy inferior al aumento del coste de la vida.

Esta descripción de nuestra sociedad era ratificada por Goldman Sachs la pasada semana, en una nota de sus economistas, y Ray Dalio, uno de los hombres más ricos del mundo y CEO del hedge fund Bridgewater, insistía hace poco en este asunto, aunque ampliaba sus consecuencias mucho más allá de los salarios: esta sociedad se está rompiendo, y en el futuro las diferencias en salud, educación, calidad de vida y ahorros van a ser mucho mayores.

No es solo en EEUU, se trata de todo Occidente, aunque haya países, como el nuestro, que estén pasándolo peor con otros. En Gran Bretaña, por ejemplo, son cada vez más los jóvenes que a pesar de tener trabajo se encuentran en una situación cercana a la exclusión. Según la ONG Centrepoint, la normalización de los contratos de cero horas, una figura que permite que la empresa no proporcione un salario mínimo pero que obliga al empleado a estar disponible y a trabajar en exclusiva para esa firma, ha llevado a muchos de ellos a la pobreza. Como se paga sólo por las horas que la empresa necesita a los trabajadores, los ingresos de estos no alcanzan el nivel de subsistencia, por lo que terminan recurriendo a ONGs como Centrepoint para comer o pasar la noche.

En España las cifras del desempleo han mejorado, lo cual siempre debe celebrarse en un entorno tan deteriorado como el nuestro, pero con el precio de que este número de trabajadores pobres vaya en aumento. El 58% de la población española se endeuda para llegar a fin de mes, y buena parte de los trabajadores carecen de los recursos necesarios para ahorrar. Nuestro país es el tercero en el que más ha crecido la pobreza, sólo por detrás de Grecia y Chipre, según Eurostat.

Pero el problema no reside sólo en las condiciones salariales, sino en el coste de la vida. El poder adquisitivo está en descenso: la luz sube, como lo hacen el transporte o la vivienda. El precio de los bienes precisos para tener una vida mínimamente digna está subiendo, a menudo producto del control del mercado por parte de oligopolios, por la burbuja que genera el aumento de los alquileres, por las dinámicas de mercado, o porque hace falta recaudar más para pagar la deuda. Estamos sujetos a dos cuerdas que tiran de la gran mayoría de la sociedad en direcciones opuestas: hay menos trabajo y peor pagado, y al mismo tiempo el coste de vivir aumenta. Este es un elemento crucial en nuestras sociedades, y más aún en la medida en que no se le ve final. La financiarización sigue empujando hacia la obtención de más beneficios para los inversores, lo cual nos golpea como trabajadores, reduciendo los costes laborales, y como clientes, aumentando el precio de los servicios o rebajando las calidades o las cantidades para que de una forma u otra tengamos que pagar más por lo mismo.

Cambiar de escenario

En estas circunstancias, la figura del reponedor autónomo, más que una excepción, es un horizonte: trabajos mal pagados en los que los costes son satisfechos por el propio empleado, como ya ocurre en la 'gig economy', y como modelos de negocio como Uber o Cabify tratan de imponer. Al mismo tiempo, las posibilidades de ascenso en la escala social, ya sea a través de la educación o el emprendimiento, decaen de modo sustancial y los intentos de suplir la escasez de recursos con el crédito suelen llevar a la deuda. Y, como telón de fondo, los precios suben. De modo que quizá tengamos que empezar a replantearnos de modo urgente en qué tipo de economía estamos inmersos, los problemas sociales que está creando y qué soluciones se pueden aportar. Desde ya.


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