El capitalismo se ha convertido en una distopía: Bancos y tecnológicas se alían para explotarnos
'La locura del solucionismo tecnológico' convirtió a Morozov en el crítico más punzante de Silicon Valley. Advierte ahora del futuro que nos espera y de las opciones para cambiarlo
Evgeny Morozov es uno de los autores fundamentales a la hora de entender cuál es el cambio de modelo económico y tecnológico en el que estamos inmersos. En ensayista de origen bielorruso sacudió las convicciones del sector con su primer libro, 'El desengaño de Internet'. Con el segundo, 'La locura del solucionismo tecnológico' (Ed. Clave Intelectual), señaló con acierto y profundidad una serie de puntos críticos respecto de la mentalidad, las ideas y los objetivos de las empresas tecnológicas, del mundo que rodea a Silicon Valley y el entorno político-económico que lo alienta.
Morozov participa en el encuentro 'Ciudades democráticas', que se celebra en Madrid del 23 al 28 de mayo y en el que también intervendrán Julian Assange, Paul Mason o Manuela Carmena. El Confidencial ha conversado con él acerca de las implicaciones de la revolución tecnológica que nos espera.
PREGUNTA. El capitalismo suele decir de sí mismo que es ante todo pragmático y que su meta es generar beneficios, pero las empresas tecnológicas tienen cada vez mayor componente utópico. ¿Silicon Valley es la utopía de los ricos?
RESPUESTA. La razón por la cual las empresas tecnológicas tienen un componente utópico en su retórica actual es porque están cada vez más cerca de hacerse cargo de las prestaciones privatizadas del estado: salud, educación, transporte, etc. Sin esa retórica utópica, su propuesta sería como la de una privatización en esteroides, por lo que las firmas tecnológicos utilizan esa retorica de que van a arreglas los problemas del mundo como justificación.
P. Entre los amantes de la tecnología hay mucho fanático. Su fe en ella es tan firme como la de las personas religiosas.
R. Bueno, ciertamente hay algunos. Basta con echar un vistazo a la Universidad de la Singularidad, por ejemplo, donde la gente paga honorarios enormes para escuchar relatos de ciencia ficción que empaquetan como habilidades esenciales. Pero de nuevo hay que diferenciar entre el discurso y las prácticas, que no coinciden. El discurso empleado por las firmas tecnológicas a menudo encubre sus metas de negocio reales, en las que los usuarios son tomados como tontos útiles que potencian los objetivos de las empresas.
P. ¿Las empresas tecnológicas son parte de una nueva etapa del capitalismo? ¿Estamos entrando en una era en que finanzas y tecnología se alían y eso transformará nuestras sociedades? ¿Son la vanguardia del capitalismo contemporáneo?
R. He estado defendiendo esa idea durante algún tiempo, pero no llamaría hoy a eso capitalismo. Algunos hablan de post-capitalismo, un término que va a estar en el centro de nuestro debate en Madrid el viernes, en el que Paul Mason, que ha escrito un libro exitoso sobre el tema, se encuentra entre los participantes. Pero el post-capitalismo puede significar dos cosas: una utopía del conocimiento y de la automatización que empoderará a las personas o una distopía neo-feudal en la las firmas tecnológicas y los bancos unan sus fuerzas para explotar a todo el mundo, de modo que los servicios estén totalmente privatizados y tengamos que pagar por todo con nuestro dinero o nuestros datos. En este sentido, sí, puede ser la forma más avanzada del capitalismo contemporáneo, lo que también significaría su fin. Regresaríamos a la era de los rentistas, lo que significaría que ellos no sólo tendrían en su mano los datos, sino también la llave del poder sobre las infraestructuras que los recogen. Estos son los fundamentos del neo-feudalismo.
P. Una dificultad enorme frente al mundo tecnológico es que refuta cualquier crítica desde lo personal, insistiendo que quienes se levantan contra él son personas atrasadas que no entiendem el mundo tal y como es ahora. Si se cuestiona la tecnología, se cuestiona el progreso en sí mismo. Es difícil ser crítico en este entorno, ¿no?
R. Bueno, puede ser. Pero todo depende de que se construyan alianzas con otras fuerzas y otros movimientos. Si bien la mayoría de las personas aceptan la tecnología, hay otras muchas que parecen tener dudas sobre el capitalismo, y el auge de Bernie Sanders y Jeremy Corbyn en el Reino son algunos ejemplos. El truco consiste en revelar que bajo la capa tecnológica hay intereses y conflictos de la vida económica y política: si bien la tecnología puede ser aceptada como incuestionable, se puede mostrar que hay un proyecto político muy amplio detrás de ella.
P. Empresas como Uber o Airbnb sólo pueden prosperar en un entorno socialmente deteriorado y en el que Estado de bienestar deja de ejercer sus funciones. ¿Su idea es sustituir los servicios que los estados prestan por soluciones tecnológicas en salud, bienestar, empleo, etc. que ellos aportan?
R. Esa es una de las razones, sí. El Estado se comprime por la contracción del crédito y por la austeridad y hay poco dinero para financiar y ampliar los servicios básicos, para dar respuesta a imperativos de seguridad, como las amenazas terroristas, o para solucionar el problema de los refugiados. En estas condiciones, la industria tecnológica ofrece una serie de soluciones convenientes para los políticos: por fin, alguien puede ayudar a proporcionar servicios subvencionados (todo se resuelve con las comunicaciones y con Google y Amazon desplazando a las bibliotecas y oficinas de correos), que parecen bastante avanzados. Los análisis de datos, aplicados a la salud pueden ayudarnos a llevar nuestro modelo hacia la prevención, desplazando los costes de mantenerse saludables a los ciudadanos y además justificar esto como una innovación disruptiva. La industria de la tecnología ofrece algo parecido a una subvención, echando una mano al estado de bienestar en ruinas, al tiempo que erosiona sus bases.
P. Ha criticado la comprensión que la izquierda ha hecho de la red y de los datos, porque los ven como una plataforma fantástica de difusión y de colaboración. ¿Cuál es su error? ¿No darse cuenta de que Silicon Valley está acumulando cada vez más poder en sus manos? ¿No ver el asunto desde un punto de vista político?
R. La izquierda ha dejado de hacer preguntas acerca de la tecnología y la economía, por ejemplo cómo van la automatización y la robotización van a afectar a los trabajos o qué contribución hacen los datos agregados a la economía productiva o qué régimen jurídico debe favorecerse para asegurarnos de que no terminamos con los bancos y las firmas de Wall Street usuparndo la capacidad productiva de la economía, convertidos en parásitos que se alimentan de los productores reales. Estas preguntas no se hacen, por razones que son en parte históricas y en parte tácticas, ya que la izquierda prefiere celebrar la existencia de los movimientos sociales y de su poder para asaltar los cielos con tecnologías que pueden serles de ayuda para el crowdfunding o para evitar la hegemonía mediática de los poderosos. Esto es cierto, pero les priva de la capacidad de comprender el verdadero rostro del enemigo con el que tendrán que luchar una vez que lleguen al poder: Google, Facebook, Amazon y Twitter no son sus amigos, aun cuando puedan serles útiles para hacer campaña.
P. Me preocupa especialmente la cultura en este contexto, entendida como espacio de transmisión de pensamiento crítico. Desde la masificación de la red, la cultura se ha convertido en un lugar de dos direcciones. Los creadores visibles son mucho más visibles que antes, pero la gran mayoría se han convertido en invisibles. ¿Qué consecuencias tiene esto en el terreno político y en el de transmisión de ideas?
R. Aquí tengo una opinión muy vulgar: el dinero da forma a la salud y a la vitalidad de la cultura. Ahora que muchas instituciones -universidades, bibliotecas, museos, archivos– carecen de fondos debido a la austeridad y que no pueden ejercer el papel de curadores, tienen que justificar lo que hacen desde el argumento de que generan beneficios económicos. Esto no es un desarrollo saludable, especialmente ahora que sus audiencias pueden ser contadas y medidas y que se les puede acusar de no ganar suficiente dinero. A cambio, tenemos estos nuevos curadores algorítmicos como Facebook, que pretenden ser neutrales y no lo son, y que hacen mucho más dinero que todos ellos juntos alimentando contenido con el que es fácil hacer clic pero que no nos hace plantearnos nada ni política ni intelectualmente.
P. Le cito: "Cuando el Tío Sam nos dice que nos callemos, es censura; cuando lo hace Apple, es apenas una cláusula contractual perdida en alguno de los términos del servicio (que, por cierto, nunca leemos)". ¿Estamos viviendo la transferencia del control de las manos estatales a las empresariales? ¿Nuestra vida va a estar determinada no por la política, sino por una serie de contratos individualizados (con Uber, Apple, Google, etc.)?
R. Sí, y para mí esto es un sello distintivo de esta transición neo-feudal enmascarada como un avance irresistible hacia el progreso tecnológico, la innovación disruptiva y demás. Bajo el feudalismo no hubo igualdad ante la ley, sino que todo estaba determinado por las relaciones y las jerarquías y la soledad de cada uno frente al sistema. Ahora, con el auge de la economía de la reputación, justificada como una forma de reducir los costos de transacción (Uber simplemente puede deshacerse de los conductores y pasajeros con puntuaciones bajas), hemos regresado al feudalismo, y ya no podemos estar seguros de nada salvo que hayamos acumulado suficiente reputación para el resto de la red. No hay mejor manera de garantizar la complacencia con el sistema.
P. Se dice del big data que es el futuro instrumento de solución de problemas, ligado a la predicción y a la previsión. Al margen de otras cuestiones, ¿no se le podría criticar señalando que no se trata de un sistema eficiente, sino de un instrumento más? ¿Qué es otro medio, y no la panacea?
R. Podemos, sí, y está bien hacerlo, pero también creo que otro tipo de crítica es más productiva: tenemos que entender quiénes son los dueños de los datos -en su mayoría empresas- y cómo el sistema de propiedad va a crear nuevas dependencias y relaciones de poder. También limitará la utilidad del big data y de los sistemas de inteligencia artificial que construyan, ya que los ciudadanos nunca conseguirán controlarlos: las empresas van a estar siempre por delante de cualquier esfuerzo para contener su expansión. Lo que necesitamos son big data e inteligencia artificial que trabajen en interés de los ciudadanos, y la única manera de hacer posible esta transición es trabajar con instituciones intermedias como las ciudades que, al fin y al cabo, son las que poseen las infraestructuras a través de las cuales estos datos se recogen. Esta es la razón por la que voy a la conferencia de Madrid: España es uno de los pocos lugares de Europa donde una recuperación del poder en las ciudades y a nivel local parece posible en el ámbito tecnológico.
P. Los cambios también se están produciendo en las personas. Hay una ideología del bienestar, de la autoobservación, de la medición constante y del pensamiento positivo, que se asemeja más a un nuevo protestantismo que a una solución a problemas reales de nuestras vidas. ¿Estás de acuerdo?
R. Bueno, así es como funciona el neoliberalismo: se da cuenta de que el sistema capitalista está en crisis profunda -no hay más que ver problemas como el calentamiento global, la obesidad o la contaminación- pero, en lugar de regular a las empresas, opta por que sea el individuo el que asuma los costes de cambiar su comportamiento como usuario del sistema: vivir de manera más responsable, consumir de manera diferente y así sucesivamente. De ahí el lema: desregular la industria, pero sobrerregular al individuo. Así es como se propaga el neoliberalismo y la industria de la tecnología es fundamental para este proceso, ya que permite vigilar y actuar sobre las personas en formas que antes no estaban disponibles.
P. Afirma que "el problema con los ingenieros no es que sean conservadores, sino que no lo son en grado suficiente. Para ellos, todo es negociable, incluso la dignidad y la autonomía". ¿No es ese el problema del capitalismo actual, que se ha convertido en revolucionario?
R. Sí, creo que existe el peligro de esta alianza entre la racionalidad tecnocrática, que se nutre del positivismo y del rechazo del valor del conocimiento y de las experiencias negativas, y la racionalidad neoliberal, que básicamente se deshace de cualquier cosa que se interponga en el bienestar de las grandes empresas. En realidad es este proyecto, la promoción de los intereses de las corporaciones, el que considero que es el verdadero objetivo del neoliberalismo; en ocasiones puede coincidir con una creencia en el libre mercado, pero las corporaciones pueden prosperar, y de hecho prefieren prosperar, en los mercados que no son competitivos ni libres. Por lo tanto, cualquier clase de valor que se interpone en su camino, como la dignidad o la autonomía, tiende a ser aplastado. En ocasiones esto tiene ventajas, ya que muchos valores que son abiertamente conservadores y que representan la base de la dominación, como el patriarcado o la discriminación por edad, también pueden ser eliminados, tal y como Marx señaló hace mucho tiempo. Pero esta es una razón bastante pobre para dejar que el capitalismo pase como un bulldozer por encima de todas las prácticas y de los valores sociales. Mi miedo es que al abrazar la tecnología ha encontrado una nueva manera de justificar su proyecto.