Por favor, explótame: La trampa en la que los trabajadores caen cada vez más a menudo
No son siempre los superiores los que nos piden que trabajemos más horas sin cobrar o los que imponen condiciones injustas, sino que somos víctimas de una perversa lógica
Si preguntásemos a nuestros padres o abuelos qué es el trabajo, probablemente obtendríamos una sencilla respuesta: aquella labor que realizamos para una empresa (o por nuestra cuenta) con el objetivo de prestar un servicio o crear un bien y por lo que, a cambio, recibimos una retribución. Quizá disfrutasen con lo que hacían o, simplemente, les resultase indiferente. No era más que una manera de ganarse la vida, una expresión habitual al referirse al mundo del trabajo que parece utilizarse cada vez menos. No por nada: hoy en día, resulta demasiado conformista.
La situación ha cambiado sensiblemente en las últimas décadas, y se ha acentuado en los últimos años. Varios fenómenos han redefinido la manera en que se entiende el trabajo, al menos en lo concerniente a los trabajos del conocimiento, aunque dos tendencias destacan de entre el resto: por una parte, los cambios en el mercado laboral y en la competitividad empresarial (global), que han provocado un aumento del paro y un deterioro de los puestos supervivientes; y por otra, la irrupción del discurso “DWYL" (“do what you love", haz lo que amas), que anima al trabajador a convertir sus pasiones en su trabajo… o, si tal cosa no es posible, su trabajo en su pasión.
¿Qué problema hay? En apariencia, este discurso no puede más que beneficiar al empleado, que en lugar de sentirse alienado por un trabajo con el que no se identifica, obtiene satisfacción y entretenimiento del mismo. Sin embargo, durante los últimos años, cada vez más filósofos e investigadores del mundo laboral se han centrado en la conocida como autoexplotación, que se sostiene, entre otros pilares, en la desaparición de la frontera entre trabajo y ocio o en el empleo como herramienta de realización. Como señala un artículo publicado por Miya Tokumitsu en 'Jacobin Mag', el “do what you love" (“el mantra oficial de nuestra era") “no conduce a la salvación, sino a la devaluación del trabajo, incluyendo aquel que pretende elevar. Y, más importante aún, a la deshumanización de la vasta mayoría de los trabajadores".
Precario... pero feliz
Para entender un poco mejor este mantra resulta útil echar un vistazo al retrato que la célebre feminista Angela McRobbie, autora de 'Postmodernism and Popular Culture', realizó de las industrias creativas londinenses, marcadas por la precariedad, hace algo más de 10 años. “Ese 'placer en el trabajo', que es un apasionado vínculo con algo llamado 'mi trabajo', donde existe la posibilidad de maximizar la autoexpresión, proporciona una atractiva justificación del estatus (y un mecanismo disciplinario) para tolerar no solo la incertidumbre y la autoexplotación, sino también para mantenerse (perdiendo dinero) en el sector creativo y no abandonarlo".
Para entender un poco mejor este mantra resulta útil echar un vistazo al retrato que la célebre feminista Angela McRobbie, autora de 'Postmodernism and Popular Culture', realizó de las industrias creativas londinenses, marcadas por la precariedad, hace algo más de 10 años. “Ese 'placer en el trabajo', que es un apasionado vínculo con algo llamado 'mi trabajo', donde existe la posibilidad de maximizar la autoexpresión, proporciona una atractiva justificación del estatus (y un mecanismo disciplinario) para tolerar no solo la incertidumbre y la autoexplotación, sino también para mantenerse (perdiendo dinero) en el sector creativo y no abandonarlo".
La escritora argumentaba que. frente a unas condiciones laborales objetivamente marcadas por la incertidumbre, la precariedad y los sueldos bajos, subjetivamente otros factores contribuyen a que estos empleos sigan resultando atractivos. Aunque McRobbie retrataba, ante todo, el mundo del arte, es algo que se repite en otros sectores profesionales ligados con la economía del conocimiento, como muestra el trabajo realizado por las investigadoras italianas Emiliana Armano y Annalisa Murgia y publicado en 'Journal of Current Affairs and Applied Contemporary Thought'. En su caso, se trataba de trabajadores precarios pertenecientes a sectores como el de la investigación universitaria o las asociaciones culturales. “Soy afortunado por trabajar en la Politécnica de Turín con organizaciones de cierto prestigio", explica un autónomo de 32 años. “Creo que lo más importante es hacer algo con placer. Así puedes echar una hora o dos más".
De entrada, su opinión recuerda al célebre discurso de Steve Jobs, cofundador de Apple, en la Universidad de Stanford: “Tienes que averiguar qué amas. Y eso se aplica tanto a tu trabajo como a tus parejas. Tu trabajo va a ocupar una parte importante de tu vida, y la única manera de estar satisfecho de verdad es hacerlo bien. La única forma de conseguirlo es amando lo que haces". Sin embargo, Jobs no decía nada de los sueldos, pero el treintañero sí lo hace. “Claro, me gustaría ganar un poco más, porque ahora no llego ni a los mil euros y siempre tengo contratos de seis meses pero nunca sabes si te van a renovar", explica. “Para mí hay dos clases de trabajos: el trabajo de tu vida y el trabajo que te paga bien, y estoy intentando por todos los medios hacer el trabajo que me apasiona, incluso si no gano demasiado".
Las investigadoras italianas señalan que este es uno de los discursos más frecuentes entre el precariado, el término ideado por Guy Standing para referirse a la nueva clase social sobrecualificada e inestable. Además de la escasa formalidad de los trabajos o el malgasto de habilidades, esta clase de empleos relacionados con el conocimiento, cada vez más comunes, se distinguen por esa “identificación con el trabajo como una trampa para la autoexplotación". El foco ha pasado de las condiciones objetivas del trabajo (sueldo, horario) a la subjetividad del individuo, cuya imagen personal pasa a estar configurada por lo que hace. Pero también genera otra nueva división, señala Tokumitsu, entre los trabajos deseables porque elevan nuestra imagen (“creativos, intelectuales y prestigiosos socialmente") y aquellos que no (“repetitivos, no intelectuales, poco distinguidos"). Pero también entre aquellos trabajos que pagan poco porque retribuyen en amor o los que ofrecen mejores condiciones materiales porque no pueden ofrecer otra recompensa.
Una ardua competición en el mercado
El discurso sobre la realización personal como tabla de salvación ante las amarguras del mercado laboral no es el único que ha provocado esa autoexplotación por la cual nos justificamos a nosotros mismos. Hay otra poderosa razón, mucho más pragmática: el mercado laboral es tan competitivo que explotarse a uno mismo es la única manera de mejorar la empleabilidad. Es lo que detalla Peter Bloom en un artículo publicado en Ephemera. 'Theory & Politics in Organization', que expone la paradoja latente: “Cuanto más intentan los sujetos contemporáneos superar su alienación subjetiva a través de fantasías de empleabilidad, más alienados están".
Dicho de otra manera, la empleabilidad –es decir, la capacidad no solo de obtener un empleo cualquiera, sino también de seleccionar entre diversas opciones laborales o poder abandonar un trabajo cuando este ya no resulta gratificante– debería proporcionar al trabajador la libertad de controlar su destino laboral. Sin embargo, esa empleabilidad se obtiene, paradójicamente, a través de la autoexplotación, tanto material como psicológica; es decir, rebajando las pretensiones económicas o trabajando durante más horas, de manera que resultemos más rentables, pero también adaptándonos a lo que se nos exige.
“Haciéndose más empleable, más apropiado para encajar con las necesidades de los jefes, uno supuestamente incrementa su poder de autodeterminación", explica Bloom en su análisis, que a partir de una orientación psicoanalítica detalla la trampa en la que cae el trabajador moderno. Es imposible, señala el autor, cumplir el sueño de convertirse en el verdadero maestro de sus propios designios laborales, puesto que para hacerlo se debe encajar en aquello que los empleadores esperan de nosotros. “Esta irónica conquista del control a través de la empleabilidad estabiliza la identidad, aunque tan solo de manera precaria, y en el proceso refuerza los valores capitalistas de producción de beneficios y el poder de los empleadores a la hora de darse forma a uno mismo a través de sus necesidades y deseos".
Ocurre también, por ejemplo, en el mundo de la universidad, señala Casy Brienza, de la City University de Londres, en un artículo publicado en 'Journal of Historical Sociology'. Como explica en él (y no hace gran falta un gran esfuerzo para descubrir sus lamentos entre líneas), “para aprender a trabajar en la universidad neoliberal es fundamental tanto consentir ser explotado como un deseo de autoexplotación por parte del personal y de los estudiantes".
También en el mundo de la televisión, como expone Gillian Ursell en 'Television Production: Issues of Exploitation, Commodification and Subjectivity in UK Television Labour Markets', en el que describe el proceso por el cual el trabajador del sector audiovisual termina convirtiéndose en un producto, que afecta a su vida personal y a su creatividad. Como escribe la profesora, “los trabajadores más exitosos del sector televisivo se convierten en productos, no solo como una fuerza laboral convertida en mercancía sino como personalidades mercancía o fuentes de una determinada estética para el consumo del público, que mejora el estatus en el mercado del poder laboral del individuo". La fama es la consecuencia de haberse convertido en un objeto, pero solo en la medida en que se encaje con dicha imagen. En esta ocasión ya no es el empleador, sino el público, el que determina la personalidad que debe adaptar al trabajador.